Heme aquí, oh mi Dios,
a tus pies! derrotado y afigido.
Yo no merezco Tu Misericordia,
pero: ¡Oh, mi Redentor,
la sangre que has derramado por mí
me anima y me obliga
a esperar por ella.
Cuántas veces te he ofendido,
me arrepentí, y sin embargo,
de nuevo he caído en el mismo pecado.
¡Oh, mi Dios, me gustaría cambiar,
y para serte fiel,
voy a poner toda mi confianza en Ti.
Cada vez que me sienta tentado,
voy a recurrir al instante a Ti.
Hasta ahora, he confiado
en mis propias promesas y resoluciones
y he descuidado recurrir a Ti
en mis tentaciones.
Esta ha sido la causa de mis repetidos fracasos.
En Fil. 4, 4-8 La sagrada escritura nos dice:
Estén siempre alegres en el Señor;
se lo repito, estén alegres y den a todos
muestras de un espíritu muy abierto.
El Señor está cerca.
No se inquieten por nada;
antes bien, en toda ocasión
presenten sus peticiones a Dios
y junten la acción de gracias a la súplica.
Y la paz de Dios,
que es mayor de lo que se puede imaginar,
les guardará sus corazones
y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Por lo demás, hermanos,
fíjense en todo lo que encuentren
de verdadero, noble, justo, limpio;
en todo lo que es fraternal y hermoso;
en todos los valores morales
que merecen alabanza.
Desde hoy en adelante, se Tú, oh Señor,
mi fortaleza, y con esto podré hacer
todas las cosas mejor, porque:
"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece." (Fil 4, 13) Amén.
Todopoderoso y Misericordioso Dios, gracias por oír mi oración;
y liberar mi corazón de las tentaciones de los malos pensamientos.
Que mi cuerpo pueda llegar a ser un hogar digno para Tu Espíritu Santo.
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