domingo, 29 de marzo de 2020

Celebración de la Palabra en Familia - 5º domingo de Cuaresma


Celebración de la Palabra - 
5º domingo de Cuaresma

Adaptado de Magnificat (c) 

Debido a las medidas sanitarias vigentes, 
seguimos ofreciendo una celebración de la Palabra 
que permitirá santificar el domingo, solo o en familia.

Si es posible, antes de la celebración se dispondrá de una simple cruz 
o un crucifijo visible en la sala de estar 
y se encenderán una o varias velas. 
Se puede colocar también una imagen o cuadro de la Virgen María.

En familia, se elegirá quién guía la oración, 
y se repartirán las lecturas antes de la celebración.



Guía:
V: En este 5º domingo de Cuaresma, circunstancias excepcionales 
nos impiden participar en la celebración de la Eucaristía. 
Sin embargo, sabemos que cuando nos reunimos en su nombre, 
Jesucristo está presente en medio de nosotros.

Y recordamos que cuando se lee la Escritura en la Iglesia, 
es el Verbo mismo de Dios quien nos habla.

Su palabra es alimento para nuestra vida;
por ello, en comunión con toda la Iglesia, vamos juntos a ponernos a la escucha de esta Palabra.

Durante esta celebración, rezaremos especialmente para que cese
la pandemia que amenaza al mundo, por los enfermos y los que han muerto,
por sus amigos y sus familiares, y por todos aquellos que trabajan
al servicio de los demás en la lucha contra este flagelo.

Acercándonos a la Semana Santa, fijemos intensamente nuestra mirada en Jesucristo Redentor. Preparémonos ahora a abrir nuestros corazones, guardando un momento de silencio.

Signo de la cruz. Después de un tiempo de silencio, todos se levantan y se signan diciendo:

V: En nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
T: ¡Amén!

Himno Libra mis ojos de la muerte (José Luis Blanco Vega)

Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.

Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.

Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.

Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!)
Tú, que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo. ¡Amén!

Después de un tiempo de silencio, el Guía invita a la persona encargada de la primera lectura sigue en pie mientras los demás se sientan.

Primera Lectura: Lectura de la profecía de Ezequiel 37,12-14

Esto dice el Señor Dios: «Yo mismo abriré sus sepulcros, 
y los sacaré de ellos, pueblo mío, y los llevaré a la tierra de Israel.
Y cuando abra sus sepulcros y los saque de ellos, pueblo mío,
comprenderán que soy el Señor.

Pondré mi espíritu en ustedes y vivirán; los estableceré en su tierra
y comprenderán que yo, el Señor, lo digo y lo hago –oráculo del Señor–».
L: Palabra de Dios.

Es preferible cantar el salmo.
De lo contrario, en familia, también se puede leer el salmo alternando estribillo y estrofas.

Salmo 129:
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
R./ Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón, y así infundes temor.
R./ Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora.
R./ Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa;
y él redimirá a Israel de todos sus delitos.
R./ Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

G: Contigo, Jesús, Pastor eterno, tu Iglesia no carece de nada:
tú nos haces renacer en las aguas del bautismo;
sobre nosotros derramas tu Espíritu Santo; para nosotros preparas
la mesa de tu cuerpo; tú nos llevas, más allá de la muerte,
hasta la casa de tu Padre ¡donde todo es gracia y felicidad!

La persona encargada de la segunda lectura se levanta mientras los demás permanecen sentados.

Segunda Lectura: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,8-11
Hermanos:
Los que viven en forma desordenada y egoísta no pueden agradar a Dios.
Pero ustedes no llevan esa clase de vida, sino una vida conforme al Espíritu,
puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes.

Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.
En cambio, si Cristo vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte
a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios.

Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, 
entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos,
también les dará vida a sus cuerpos mortales,
por obra de su Espíritu, que habita en ustedes.
L: Palabra de Dios.

Todos se levantan en el momento en que se dice o canta la aclamación del evangelio.

Gloria y alabanza a ti, Cristo.
Yo soy la resurrección y la vida –dice el Señor–;
el que cree en mí no morirá para siempre.
Gloria y alabanza a ti, Cristo.


Se puede elegir una forma más breve de la lectura: se omiten las partes del texto entre corchetes.

G: Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45

En aquel tiempo, Marta y María, las dos hermanas de Lázaro, 
le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”.

Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, 
sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. 
Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo,
se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba.

Después dijo a su discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”.

Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro.
Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. 
Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”.

Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”.
Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”.
Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida.
El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;
y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?”

Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios,
el que tenía que venir al mundo”.

Jesús se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?”
Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. 
Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” 
Algunos decían: 
“¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”

Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro,
que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”.
Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: 
“Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. 
Le dijo Jesús:
“¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” 
Entonces quitaron la piedra.

Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo:
“Padre, te doy gracias porque me has escuchado.
Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho
a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.


Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!”
Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies,
y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.

Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María,
al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

V: Palabra del Señor.

Ninguna aclamación concluye la lectura, se guarda un rato de silencio antes de la meditación.

MEDITACION
San Juan Damasceno (Tríade de Maitines del sábado de Lázaro, Odas 6-9.)
Monje, teólogo y doctor de la Iglesia (Ca. 675-749).

Entonces, Jesús rompió a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería!
Siendo Dios verdadero, Señor, tú conocías el sueño de Lázaro y lo anunciabas a los discípulos. 
Viviendo en la carne, tú que no tienes límites, vas a Betania.
Hombre verdadero, rompes a llorar por Lázaro.
Dios verdadero, por tu voluntad resucitas al que llevaba cuatro días enterrado.

Llorando por tu amigo, enjugaste las lágrimas de Marta, 
y por tu pasión voluntariamente aceptada, has enjugado las lágrimas de tu pueblo.

 Guardián de la vida, tú llamas a un muerto como si se tratase de uno que duerme. 
Con una palabra has rasgado las entrañas del infierno 
y has resucitado a aquel que se puso a cantar:
¡Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres!
A mí, ahogado por los lazos de mis pecados, levántame y te cantaré:
¡Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres!

Movida por la gratitud, María te trae un frasco de mirra
como una deuda para con su hermano y te canta por todos los siglos.

Como mortal, tú invocas al Padre; como Dios, despiertas a Lázaro.
Resucitas a Lázaro, un muerto de cuatro días. Tú lo haces surgir de la tumba, 
convirtiéndole en testimonio verídico de tu resurrección al tercer día.

Tú caminas, lloras, hablas, Salvador mío, mostrando tu naturaleza humana.
Pero resucitando a Lázaro revelas tu naturaleza divina.
De manera inefable, Señor, Salvador mío, 
según tus dos naturalezas, has realizado mi salvación.


Peticiones
Todos permanecen de pie y se hace la Oración universal, tal como ha sido preparada,
o bien según la fórmula siguiente:

V: Con confianza filial y con sencillez de corazón, acudamos a nuestro Padre del cielo y, en nombre de la humanidad, supliquémosle diciendo:
R./ ¡Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!

A nuestro papa Francisco, a nuestros obispos, a nuestros sacerdotes,
envíales el espíritu de piedad: que en estos tiempos de prueba
sigan siendo, más que nunca, los buenos pastores que guían, ante todo con su ejemplo, a tus hijos por los caminos de la santidad.
R./ ¡Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!

A nuestros gobernantes, envíales el espíritu de consejo,
que tomen las decisiones adecuadas para el bien común.
R./ ¡Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!

A nuestros investigadores, envíales el espíritu de ciencia,
de modo que encuentren los remedios que salvan.
R./ ¡Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!

Al personal sanitario, envíales tu Espíritu de amor,
Para que transfigure el don que hacen de sí mismos al servicio de los demás.
R./ ¡Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!

A los enfermos, envíales el espíritu de fortaleza. Haz que tengan el coraje
de ofrecer su pasión, en unión con la Eucaristía de tu Hijo Jesucristo.
R./ ¡Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!

Envíanos,  por último, el espíritu de sabiduría, para que, en todas las circunstancias,
adoremos el designio benevolente de tu Providencia; envíanos también
el espíritu de inteligencia, para que encontremos en tu palabra las respuestas
a nuestras preguntas.
R./ ¡Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!

Envíanos, finalmente, el espíritu de temor de Dios para que permanezcamos fieles
a tu amor, y no temamos más que lo que nos puede separar de ti.
R./ ¡Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!

Intenciones libres

Comunión Espiritual

V: En actitud orante, ante Dios Creador de todo y Redentor nuestro,
     con sed de Eucaristía, pedimos:

     Yo quisiera, Señor, recibirte con aquella pureza,
     humildad y devoción con que te recibió tu santísima Madre;
     con el espíritu y fervor de los santos.

     O también, con la fórmula de san Alfonso María de Ligorio:
     Creo, Jesús mío, que estás realmente presente
     en el Santísimo Sacramento del Altar.

     Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.

     Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado,
     ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Se hace una pausa en silencio para adoración

     Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a ti.

     No permitas, Señor, que jamás me separe de ti. ¡Amén!

Bendición final
Todos la pueden pronunciar, mirando hacia la cruz, para pedir la bendición del Señor.

V: Que la paz de Dios guarde nuestros corazones y nuestros pensamientos
     en Cristo Jesús, nuestro Señor. ¡Amén!

O bien:

V: Que el Señor vuelva su rostro hacia nosotros y nos conceda la paz. ¡Amén!

       Todos se signan. Los padres podrán trazar el signo de la cruz en la frente de sus hijos.

Oración del papa Francisco a María en la pandemia

Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro
     Camino como signo de salvación y de esperanza.

Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos,
     que bajo la cruz estuviste asociada al dolor de Jesús,
     manteniendo firme tu fe.

Tú, salvación de todos los pueblos,
      sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros
      que proveerás, para que, como en Caná de Galilea,
      pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
     a conformarnos a la voluntad del Padre
     y a hacer lo que nos dirá Jesús,
     quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos
     y ha cargado nuestros dolores para conducirnos,
     a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios.

No desprecies nuestras súplicas, que estamos en la prueba,
     y libéranos de todo pecado, o Virgen gloriosa y bendita. ¡Amén!

Canto a María
Para concluir la celebración, se puede entonar el canto siguiente, o cualquier otro conocido, mirando en su caso hacia una imagen de la Virgen colocada previamente en la sala de estar.

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios;
     no desoigas las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,
     antes bien, líbranos de todo peligro,¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!

V. Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
R. Para que seamos dignos de alcanzar
     las promesas de nuestro Señor Jesucristo. ¡Amén!