Lectura Patrística
En Lenguaje Latinoamericano
San Columbano
Abad y Monje Misionero
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LA GRANDEZA DEL HOMBRE CONSISTE EN SU SEMEJANZA CON DIOS,
CON TAL DE QUE LA CONSERVE
San
Columbano, abad De las instrucciones (Instrucción 11, Sobre el amor, 1-2:
Opera, Dublin, 106-197)
Hallamos escrito en la ley de Moisés:
“Creó Dios al hombre a su imagen y semejanza”.
“Creó Dios al hombre a su imagen y semejanza”.
Consideren, se lo ruego, la grandeza de esta
afirmación;
el Dios omnipotente, invisible, incomprensible,
inefable, incomparable,
al formar al hombre del barro de la tierra,
lo ennobleció con la dignidad de su propia imagen.
¿Qué hay de común entre el hombre y Dios, entre el
barro y el espíritu?
Porque Dios es espíritu. Es prueba de gran
estimación el que Dios
haya dado al hombre la imagen de su eternidad y la
semejanza de su propia vida. La grandeza del hombre consiste en su semejanza
con Dios,
con tal de que la conserve.
Si el alma hace buen uso de las virtudes plantadas
en ella,
entonces será de verdad semejante a Dios. Él nos
enseñó, por medio de sus preceptos, que debemos redituarle frutos de todas las
virtudes que sembró en nosotros al crearnos.
Y el primero de estos preceptos es: Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, ya que él nos amó primero, desde el
principio y antes de que existiéramos. Por lo tanto, amando a Dios es como
renovamos en nosotros su imagen. Y ama a Dios el que guarda sus mandamientos,
como dice él mismo: Si me amas, guardarás mis mandatos. Y su mandamiento
es el amor mutuo, como dice también: Éste es mi mandamiento: que se amen
unos a otros como yo los he amado.
Pero el amor verdadero no se practica sólo de
palabra, sino de verdad y con obras. Retornemos, pues, a nuestro Dios y Padre
su imagen inviolada; retornémosela con nuestra santidad, ya que él ha dicho: Sean
santos, porque yo soy santo; con nuestro amor, porque él es amor, como
atestigua Juan, al decir: Dios es amor; con nuestra bondad y fidelidad,
ya que él es bueno y fiel. No pintemos en nosotros una imagen ajena; el que es
cruel, iracundo y soberbio pinta, en efecto, una imagen tiránica.
Por esto, para que no introduzcamos en nosotros
ninguna imagen tiránica, dejemos que Cristo pinte en nosotros su imagen, la que
pinta cuando dice: La paz les dejo, mi paz les doy. Mas, ¿de qué nos
servirá saber que esta paz es buena, si no nos esforzamos en conservarla? Las
cosas mejores, en efecto, suelen ser las más frágiles, y las de más precio son
las que necesitan de una mayor cautela y una más atenta vigilancia; por esto,
es tan frágil esta paz, que puede perderse por una leve palabra o por una
mínima herida causada a un hermano. Nada, en efecto, resulta más placentero a
los hombres que el hablar de cosas ajenas y meterse en los asuntos de los
demás, proferir a cada momento palabras inútiles y hablar mal de los ausentes;
por esto, los que no pueden decir de sí mismos: : Mi Señor me ha dado una
lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento,
mejor será que se callen y, si algo dijeren, que sean palabras de paz.
R/. El
que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra,
les voy a decir a qué se parece: Se parece a uno que edificaba una casa:
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
les voy a decir a qué se parece: Se parece a uno que edificaba una casa:
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
V/. El temor del Señor lo supera todo, el que lo posee es incomparable.
R/. Se
parece a uno que edificaba una casa:
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
Señor, Dios nuestro, que has unido de modo admirable en el abad san Columbano
la tarea de la
evangelización y el amor a la vida monástica,
concédenos, por su
intercesión y su ejemplo,
que te busquemos a ti
sobre todas las cosas
y trabajemos por la
propagación de tu reino.
Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!
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LUZ PERENNE EN EL TEMPLO DEL PONTÍFICE
ETERNO
De las Instrucciones de san Columbano, abad
(Instrucción 12, Sobre la compunción,
2-3: Opera, Dublín 1957, pp. 112-114)
¡Cuán dichosos son aquellos siervos, a quienes el
amo a su llegada encuentra velando! Feliz aquella vigilia en la cual se espera
al mismo Dios y Creador del universo, que todo lo llena y todo lo supera.
¡Ojalá se dignara el Señor despertarme del sueño
de mi desidia, a mí, que, aun siendo vil, soy su siervo! ¡Ojalá me inflamara en
el deseo de su amor inconmensurable y me encendiera con el fuego de su divina
caridad!; resplandeciente con ella, brillaría más que los astros y todo mi
interior ardería continuamente con este divino fuego.
¡Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi
lámpara ardiera sin cesar, durante la noche, en el templo de mi Señor e
iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios! Concédeme, Señor, te lo
suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo y mi Dios, un amor que nunca mengüe,
para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca y sus llamas
sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante.
Señor Jesucristo, dulcísimo Salvador nuestro,
dígnate encender tú mismo nuestras lámparas para que brillen sin cesar en tu
templo y de ti, que eres la luz perenne, reciban ellas la luz indeficiente con
la cual se ilumine nuestra oscuridad y se alejen de nosotros las tinieblas del
mundo. Te ruego, Jesús mío, que enciendas tan intensamente mi lámpara con tu
resplandor que, a la luz de una claridad tan intensa, pueda contemplar el santo
de los santos que está en el interior de aquel gran templo, en el cual tú,
Pontífice eterno de los bienes eternos, has penetrado; que allí, Señor, te
contemple continuamente y pueda así desearte, amarte y quererte solamente a ti,
para que mi lámpara, en tu presencia, esté siempre luciente y ardiente.
Te pido, Salvador amantísimo, que te manifiestes a
nosotros, que llamamos a tu puerta, para que, conociéndote, te amemos sólo a ti
y únicamente a ti; que seas tú nuestro único deseo, que día y noche meditemos
sólo en ti y en ti únicamente pensemos. Alumbra en nosotros un amor inmenso
hacia ti, cual corresponde a la caridad con la que Dios debe ser amado y
querido; que esta nuestra dilección hacia ti invada todo nuestro interior y nos
penetre totalmente, y hasta tal punto inunde todos nuestros sentimientos que
nada podamos ya amar fuera de ti, el único eterno. Así, por muchas que sean las
aguas de la tierra y del firmamento nunca llegarán a extinguir en nosotros la
caridad, según aquello que dice la Escritura: Las aguas torrenciales no podrían
apagar el amor.
Que esto llegue a realizarse, al menos
parcialmente, por don tuyo, Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria por
los siglos de los siglos. Amén.
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LA INSONDABLE PROFUNDIDAD DE DIOS
De las Instrucciones de san Columbano,
abad
(Instrucción 1, Sobre la fe, 3-5: Opera,
Dublín 1957, pp. 62-66)
Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca
de todos, según atestigua de sí mismo: Yo soy -dice- un Dios cercano, no
lejano. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de
nosotros, si somos dignos de esta presencia. Habita en nosotros como el alma en
el cuerpo, a condición de que seamos miembros sanos de él, de que estemos
muertos al pecado. Entonces habita verdaderamente en nosotros aquel que ha
dicho: Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos. Si somos dignos de que
él esté en nosotros, entonces somos realmente vivificados por él, como miembros
vivos suyos: Pues en él -como dice el Apóstol- vivimos, nos movemos y
existimos.
¿Quién, me pregunto, será capaz de penetrar en el
conocimiento del Altísimo, si tenemos en cuenta lo inefable e incomprensible de
su ser? ¿Quién podrá investigar las profundidades de Dios? ¿Quién podrá
gloriarse de conocer al Dios infinito que todo lo llena y todo lo rodea, que
todo lo penetra y todo lo supera, que todo lo abarca y todo lo trasciende? A
Dios ningún hombre vio ni puede ver. Nadie, pues, tenga la presunción de
preguntarse sobre lo indescifrable de Dios, qué fue, cómo fue, quién fue. Éstas
son cosas inefables, inescrutables, impenetrables; limítate a creer con
sencillez, pero con firmeza, que Dios es y será tal cual fue, porque es
inmutable.
¿Quién es, por tanto, Dios? El Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo son un solo Dios. No indagues más acerca de Dios; porque los que
quieren saber las profundidades insondables deben antes considerar las cosas de
la naturaleza. En efecto, el conocimiento de la Trinidad divina se compara con
razón a la profundidad del mar, según aquella expresión del Eclesiastés:
Profundo quedó lo que estaba profundo: ¿quién lo alcanzará? Porque, del mismo
modo que la profundidad del mar es impenetrable a nuestros ojos, así también la
divinidad de la Trinidad escapa a nuestra comprensión. Y por esto, insisto, si
alguno se empeña en saber lo que debe creer, no piense que lo entenderá mejor
disertando que creyendo; al contrario, al ser buscado, el conocimiento de la
divinidad se alejará más aún que antes de aquel que pretenda conseguirlo.
Busca, pues, el conocimiento supremo, no con
disquisiciones verbales, sino con la perfección de una buena conducta; no con
palabras, sino con la fe que procede de un corazón sencillo y que no es fruto
de una argumentación basada en una sabiduría irreverente. Por tanto, si buscas
mediante el discurso racional al que es inefable, estará lejos de ti, más de lo
que estaba; pero, si lo buscas mediante la fe, la sabiduría estará a la puerta,
que es donde tiene su morada, y allí será contemplada, en parte por lo menos. Y
también podemos realmente alcanzarla un poco cuando creemos en aquel que es
invisible, sin comprenderlo; porque Dios ha de ser creído tal cual es,
invisible, aunque el corazón puro pueda, en parte, contemplarlo.
R/. El
que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra,
les voy a decir a qué se parece: Se parece a uno que edificaba una casa:
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
les voy a decir a qué se parece: Se parece a uno que edificaba una casa:
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
V/. El temor del Señor lo supera todo, el que lo posee es incomparable.
R/. Se
parece a uno que edificaba una casa:
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
Señor, Dios nuestro, que has unido de modo admirable en el abad san Columbano
la tarea de la
evangelización y el amor a la vida monástica,
concédenos, por su
intercesión y su ejemplo,
que te busquemos a ti
sobre todas las cosas
y trabajemos por la
propagación de tu reino.
Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!
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TÚ ERES, SEÑOR, TODO NUESTRO BIEN
De las Instrucciones de san Columbano; abad
(Instrucción 13, Sobre Cristo fuente de vida, 2-3: Opera, Dublín 1957, pp. 118-120)
De las Instrucciones de san Columbano; abad
(Instrucción 13, Sobre Cristo fuente de vida, 2-3: Opera, Dublín 1957, pp. 118-120)
Escuchemos, hermanos, la voz de la Vida que nos
invita a beber de la fuente de vida; el que nos llama es no sólo fuente de agua
viva, sino también fuente de vida eterna, fuente de luz y de claridad; él es
aquel de quien proceden todos los bienes de sabiduría, de vida y de luz eterna.
El Autor de la vida es fuente de vida, el Creador de la luz es origen de toda
claridad; por eso, despreciando las cosas visibles y pasando por encima de las
cosas terrestres, dirijámonos hacia los bienes celestiales, sumergidos en el
Espíritu como los peces en el agua, y dirijámonos a la fuente del agua viva
para beber de ella el agua viva que brota para comunicar vida eterna.
Ojalá te dignaras, Dios de misericordia y Señor de
todo consuelo, hacerme llegar hasta aquella fuente, para que en ella pudiera,
junto con todos los sedientos, beber del agua viva en la fuente viva y, saciado
con su abundante suavidad, me adhiriera con fuerza cada vez mayor a un tal
manantial y pudiera decir: «¡Cuán dulce es la fuente del agua viva, cuyo
manantial brota para comunicar vida eterna!»
Oh Señor, tú mismo eres aquella fuente que, aunque
siempre bebamos de ella, siempre debemos estar deseando. Señor Jesucristo,
danos sin cesar de ese agua para que brote en nuestro interior una fuente de
agua viva que nos comunique la vida eterna. Pido cosas ciertamente grandes,
¿quién lo negará? Pero tú, Rey de la gloria, nos prometes dones excelsos y te
complaces en dárnoslos: nada hay más excelso que tú mismo, y tú has querido
darte y entregarte a nosotros.
Por eso te pedimos que nos enseñes a valorar lo
que amamos, que eres tú mismo, pues nuestro amor no desea bien alguno fuera de
ti. Tú eres, Señor, todo nuestro bien, nuestra vida y nuestra luz, nuestra
salvación, nuestro alimento y nuestra bebida. Infunde en nuestro corazón, Señor
Jesús, la suavidad de tu Espíritu y hiere nuestra alma con tu amor para que
cada uno de nosotros pueda decir con toda verdad: «Muéstrame dónde está el
amor de mi alma, porque desfallezco, herido de amor.»
Deseo, Señor, desfallecer herido de esta forma.
Dichosa el alma a quien de esta manera ha herido el amor: esta alma busca la
fuente y bebe, siempre, sin embargo, bebiendo tiene sed, deseando encuentra
agua, teniendo sed siempre bebe; así, amando siempre busca y cuando es herida
es sanada. Ojalá se digne herirnos de este modo nuestro Dios y Señor
Jesucristo, el piadoso y poderoso médico de nuestras almas, que es uno con el
Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
R/. El
que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra,
les voy a decir a qué se parece:
Se parece a uno que edificaba una casa:
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
V/. El temor del Señor lo supera todo, el que lo posee es incomparable.
R/. Se
parece a uno que edificaba una casa:
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca.
Señor, Dios nuestro, que has unido de modo admirable en el abad san Columbano
la tarea de la
evangelización y el amor a la vida monástica,
concédenos, por su
intercesión y su ejemplo,
que te busquemos a ti
sobre todas las cosas
y trabajemos por la
propagación de tu reino.
Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!
† (se
hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/. Bendigamos al Señor.
R/. ¡Demos gracias a
Dios!
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