jueves, 26 de noviembre de 2020

San Columbano - Oficio de Lectura y Biografía

Cantar de los cantares 8:6-7
Grábame como un sello en tu brazo, grábame como un sello en tu corazón,
que el amor es fuerte como la muerte, la pasión más poderosa que el abismo;
sus dardos son dardos de fuego llamaradas divinas.
Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni extinguirlo los ríos.
Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa,
sería sumamente despreciable.
Con permiso de: Biblia de nuestro pueblo


Oficio de Lectura, 23 de Noviembre, San Columbano, Abad
La grandeza del hombre consiste en su semejanza con Dios, con tal de que la conserve
De las instrucciones de san Columbano, abad. Instrucción 11, sobre el amor, 1-2

Hallamos escrito en la ley de Moisés:
Creó Dios al hombre a su imagen y semejanza.
Consideren, se lo ruego,
la grandeza de esta afirmación;
el Dios omnipotente, invisible,
incomprensible, inefable, incomparable,
al formar a la persona del barro de la tierra,
lo ennobleció
con la dignidad de su propia imagen.

¿Qué hay de común entre el hombre y Dios,
entre el barro y el espíritu?
Porque Dios es espíritu.

Es prueba de gran estimación
el que Dios haya dado a la persona
la imagen de su eternidad
y la semejanza de su propia vida.
La grandeza de la persona consiste
en su semejanza con Dios,
con tal de que la conserve.

Si el alma hace buen uso de las virtudes plantadas en ella,
entonces será de verdad semejante a Dios.
Él nos enseñó, por medio de sus preceptos,
que debemos redituarle frutos de todas las virtudes que sembró en nosotros al crearnos.

Y el primero de estos preceptos es:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, ya que él nos amó primero,
desde el principio y antes de que existiéramos.
Por lo tanto, amando a Dios es como renovamos en nosotros su imagen.
Y ama a Dios el que guarda sus mandamientos,
como dice él mismo: “Si me aman, guardarán mis mandatos”.
Y su mandamiento es el amor mutuo, como dice también:
“Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado”.

Pero el amor verdadero no se practica sólo de palabra, sino de verdad y con obras.
Retornemos, pues, a nuestro Dios y Padre su imagen inviolada;
retornémosela con nuestra santidad, ya que él ha dicho:
“Sean santos, porque yo soy santo”; con nuestro amor, porque él es amor,
como atestigua Juan, al decir: “Dios es amor”; con nuestra bondad y fidelidad,
ya que él es bueno y fiel. No pintemos en nosotros una imagen ajena;
el que es cruel, iracundo y soberbio pinta, en efecto, una imagen tiránica.

Por esto, para que no introduzcamos en nosotros ninguna imagen tiránica,
dejemos que Cristo pinte en nosotros su imagen, la que pinta cuando dice: 
“La paz les dejo, mi paz les doy”.

Pero, ¿de qué nos servirá saber que esta paz es buena, si no nos esforzamos en conservarla? 
Las cosas mejores, en efecto, suelen ser las más frágiles, 
y las de más precio son las que necesitan de una mayor cautela y una más atenta vigilancia; 
por esto, es tan frágil esta paz, que puede perderse por una leve palabra 
o por una mínima herida causada a un hermano. 
Nada, en efecto, resulta más placentero a los hombres que el hablar de cosas ajenas
y meterse en los asuntos de los demás, proferir a cada momento palabras inútiles
y hablar mal de los ausentes; por esto, los que no pueden decir de sí mismos: 
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido una palabra de aliento, 
mejor será que se callen y, si algo dijeren, que sean palabras de paz.


BIOGRAFÍA DE SAN COLUMBANO

San Columbano nació en Irlanda c. 540. 
Contra los deseos de su madre, se convirtió en un monje, 
y vivió en monasterios irlandeses hasta los 50 años de edad.
Fue entonces, 
-prácticamente en el mismo momento en que St Augustine abandonaba el continente
para predicar el Evangelio en Inglaterra por mandato del Papa Gregorio Magno-, 
que se decidió a abandonar su país de origen e ir a la Galia 
a predicar el evangelio de Cristo allí. 
Con 12 compañeros se hizo a la mar y finalmente ancló en Bretaña. 
Desde allí se dirigió a Borgoña, 
donde fundó monasterios en lo que hoy es Luxeuil-les-Bains, Annegray y Fontaine, 
todos ellos ligeramente al nor-oeste de la, macizo o montañas de los Vosgos 
(Massif des Vosges en Francés, Vogesen en alemán, es un sistema montañoso
en el noreste de Francia, frontera natural entre las regiones de Alsacia y de Lorena,
cerca de la frontera con Alemania). 

Algunos años más tarde, el rey franco Teodorico, 
cuya vida disoluta Columbano reprochaba enérgicamente, lo obligó a abandonar el país. 
San Columbano decidió ir a Italia. 
Viajó en barco por el río Mosela y el Rin, pasando por Karlsruhe, 
y finalmente cruzó los Alpes, donde fundó su último monasterio en Bobbio.

San Columbano murió en paz en la edad de 70 años en las afueras de Bobbio, – 
como dice el Salmo 90, 10: 
"Aunque vivamos setenta años y el más robusto hasta ochenta, 
afanarse por ellos es fatiga inútil, porque pasan aprisa y volamos." 
San Columbano tuvo mucha fuerza, y esto es en gran parte cierto acerca de su vida, 
vivió confiando su vida a Dios, vivió confiando en Dios.


Oremos:
Señor, Dios nuestro,
que has unido de modo admirable en el abad san Columbano
la tarea de la evangelización y el amor a la vida monástica,
concédenos, por su intercesión y su ejemplo,
que te busquemos a ti sobre todas las cosas
y trabajemos por la propagación de tu reino.

Por nuestro Señor Jesucristo, Rey de la gloria
que vive y reina contigo y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos, ¡Amén!

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